“Sean promotores de una sociedad más justa, en la que podamos alojarnos todos”
¡Bienvenidos a esta fiesta que nos llena de alegría porque 43 noveles Psicopedagogos, recibirán su diploma! Comparten sus logros académicos con autoridades presentes, profesores, compañeros de estudios, amigos y en especial con sus familiares. Nos sentimos orgullosos de la donación cualitativa y cuantitativamente importante que el Juan XXIII ofrece hoy, a través de ustedes, a la comunidad de Bahía Blanca y de la zona. Reciban nuestras sentidas felicitaciones que hacemos extensivas a todos los que los alentaron y sostuvieron durante el recorrido en el que completaron la carrera. En esta celebración, incluimos también el reconocimiento a dos docentes de la casa por sus 25 años de trabajo ininterrumpido, realizado con responsable empeño y tenaz dedicación.
Me dirijo ahora a los noveles Psicopedagogos:
Permítanme ofrecerles como saludo y despedida una reflexión breve, en torno a la dimensión ética que atraviesa la profesión que han elegido. La psicopedagogía es una disciplina joven, pero abarca un campo de intervención notoriamente extenso, que se despliega interdisciplinariamente con otras formaciones académicas. Se centra en los aprendizajes a lo largo de toda la vida, por dentro y por fuera de las instituciones tradicionales. Levinas dice que la acción ética se da cuando se responde al llamado del Otro; pues bien, la complejidad de los tiempos que atravesamos constituye una interpelación ética que, a mi manera de ver, obliga a inscribir la intervención profesional en el marco del cumplimiento de derechos, desde el que ninguna situación de diferencia puede apartar a una persona de la exigencia de ser reconocida en su singularidad. A este tenor, Ludwig Wittgenstein afirma que ver al otro como humano “es ver un cuerpo que expresa un alma”. Es que en los seres humanos el deseo de reconocimiento es tan vital como el deseo de satisfacer las necesidades biológicas; existir implica poder ser para otros; así, quien no se siente tenido en cuenta o percibe que sólo aparece a la mirada de otros desde la falta, se enfrenta con la dificultad de apreciarse como valioso. Todorov (1995), en su texto “La vida en común” distingue dos tipos de reconocimiento: uno es el “reconocimiento por conformidad” que refiere a la necesidad que tenemos los sujetos humanos de ser tratados como iguales; es decir, no podemos aceptar ser discriminados y menos aún maltratados. Pero está también el “reconocimiento por distinción”: queremos ser valorados por lo que somos, requerimos ser vistos como un rostro diferente, necesitamos ser reconocidos en nuestra particularidad por aquello que podemos aportar. A la vez, el reconocimiento es el motor del compromiso. Ciertamente, quien siente que lo que puede dar vale, se anima a participar y a expresarse; tiene espacios para el desenvolvimiento de sí mismo en acciones y proyectos colectivos.
Si aceptan la dirección esbozada, queridos graduados, además de las habilidades formales que exige el ejercicio de la profesión, es crucial que desarrollen el convencimiento y la confianza de que todos pueden aprender. Tendrán que singularizar la mirada y estar atentos a desnaturalizar reflexivamente lo cristalizado por habitual, para salir del enclaustramiento de las clasificaciones estériles y superar la lógica de la mismidad que deforma y excluye a los niños, a los jóvenes, a los adultos, en nombre de modelos inexistentes. Les instamos a preservar la capacidad de sorpresa para que puedan mirar al otro como alguien único que busca ser de manera irrepetible y necesita del reconocimiento para emprender el camino de la habilitación. Inspírense en Don Bosco, nuestro santo fundador, y ofrezcan a quienes sean confiados a su cuidado las condiciones del mejor terreno para echar raíces y germinar la novedad de su subjetividad. Sean profesionales del reconocimiento, de la escucha y del cuidado; háganse artesanos del diálogo y de la aceptación de las diferencias; de esa manera se convertirán en promotores de una sociedad más justa, en la que podamos alojarnos todos.
Desde esta perspectiva, siéntanse invitados a cultivar el saber con reflexión y la búsqueda de alternativas con porfía, porque habrán aprendido que el sentimiento separado de la razón es ciego, pero la ciencia sin corazón es vacía. “Tienen una capacidad enorme para movilizarse, que habla de la generosidad de sus corazones” les recordó el papa Francisco a los jóvenes, durante su visita a Chile en enero de este año. Siéntanse psicopedagogos jóvenes con esta densidad, digo yo ahora.
Que al premio merecido de su graduación, le añada el Señor sus amorosas bendiciones; para que puedan abordar confiados esta nueva etapa de sus vidas, que les auguramos repleta de fecundidad; porque sabemos que nada de lo humano les resultará indiferente. Nuevamente ¡Felicitaciones a todos!
Me complace finalizar con un reconocimiento muy especial para Silvia Jorge y Silvia Morresi, dos “profesoras jóvenes con aquilatada experiencia” que forman parte de la gran familia del Juan XXIII. Les agradecemos porque durante 25 años se comprometieron con generosidad y sentido de pertenencia en la tarea de conjugar las acciones cotidianas desde el nosotros institucional. Ustedes, queridas compañeras, prodigándose a manos llenas en su ardua labor, son para nosotros referentes virtuosos de una institución con carisma salesiano en la que entre todos lo hacemos todo y en la que el servicio abnegado, por lo que ustedes reflejan, es fuente de juventud plena. También para ustedes y para sus familias invoco la bendición de Dios y el amparo tutelar de María, la Virgen Auxiliadora, Madre y Maestra de todos.
¡Muchas gracias!
Bahía Blanca, 29 de Junio de 2018